Hace unos días aparecía en una portada de un conocido diario de este país la siguiente frase «El odio envenena las redes sociales», nada más lejos de la realidad. Esta portada denota claramente hacia donde está girando la prensa escrita dada la crisis del sector. Los antaño señoriales diarios se han convertido en meras hojas parroquiales al servicio de los caciques de turno que vomitan en sus páginas las palabras que les dictan desde los despachos.
Los juntaletras en nomina de los despachos siguen a rajatabla la máxima periodística de William Hearst con la infame frase: «No dejes que la realidad te estropee una buena noticia: inventa la realidad para que se convierta en noticia»
La portada «El odio envenena las redes sociales» revela la venda puesta por los caciques que solo les deja ver un pequeño fragmento de la realidad. Y es que el odio envenena las redes sociales, pero también envenena el bar, envenena la peluquería, envenena el autobús y envenena muchas casas. El odio ha envenenado a mucha gente, pero no es un veneno de mordedura de serpiente, ese veneno instantáneo que despliega todos sus síntomas de golpe. No, este veneno es un veneno calmado, es la cucharadita de cianuro de todos los días en el café de la mañana. Es esa pequeña dosis que va acumulándose en el cuerpo desarrollando los síntomas lentamente pero que inevitablemente desembocan en el mismo resultado.
Esa dosis diaria con el café de la mañana viene en forma de recortes de sanidad, recortes de educación, recortes de libertades pero también en pequeñas pastillas de corrupción, malversación de fondos, cuentas suizas…
El resultado de este veneno ha sido la más absoluta indiferencia hacia la clase política, el detonante ha sido un asesinato de un político y el reflejo se ha proyectado en Internet. Por mucho que lo quieran disfrazar el asunto se resumen en varios hechos: Político da un cargo de confianza a un colaborador, el colaborador pierde la confianza del político, el político saca a concurso la plaza y el colaborador pierde la plaza. Finalmente el político cae a manos del colaborador.
Este hilo argumental ya lo puso en negro sobre blanco hace muchos años Mario Puzo y lo plasmo sobre una pantalla Francis Ford Coppola acompañado de varias docenas de naranjas.
Destapada la noticia empezamos a teñir la realidad y darle unos matices ideologicos, disfrazamos los hechos escondiendo lo que no nos conviene, presentamos al Don como un mártir y empezamos a buscar culpables indirectos. Este guion triunfa en la televisión, en la radio, en los periódicos, en todos los medios que son unidireccionales y están controlados.
Pero hay un pequeño medio que resiste ahora y siempre al invasor, donde no se puede dictar doctrinas de pensamiento ni existen corrientes editoriales y esa es Internet. En su triste ignorancia de analfabetos digitales han usado las redes sociales como un símil de Internet, pero el odio no envenena Twitter, envenena foros, envenena blogs y envenena webs. Se propaga de la misma forma que el veneno por el torrente sanguíneo provocando la más absoluta indiferencia y falta de empatía ante la muerte de un ser humano e incluso en muchos, ya en fase terminal, ha provocado un sentimiento de alegría.
Se han dado cuenta que les queda un medio de comunicación y de expresión que no pueden controlar. Se dan cuenta de que sus mentiras pueden tener respuesta y podemos hacérsela llegar con una simple @. Puedes vomitar falacias desde una columna de un periódico o en una tertulia política, pero no puedes hacerlo en Twitter. Puede que dentro de unos años sea ilegal y que ya no quede ningún sitio donde opinar pero lo que nunca podrán hacer es decirnos a quien no podemos odiar.